La “Disneyficación” de Star Wars

Publicado por Vorágine en

Se acercaba el estreno del Episodio IX de Star Wars y los potenciales espectadores fuimos bombardeados con publicidad que la anunciaba como la épica conclusión de la saga galáctica, un evento fílmico imperdible. Y cuando finalmente The Rise of Skywalker salió, la reacción del público en general fue algo así como “pues estuvo buena no?”; lo cual se queda bastante corto para ser el cierre de la saga más grande y popular en la historia del cine (lo siento fanáticos de Harry Potter y Lord of The Rings). A eso hay que agregar que en el tenebroso mundo del fandom de Star Wars esta película fue hecha pedazos y recibió incluso más hate que The Last Jedi, la película anterior de la saga que había sido sumamente divisiva.

¿Pero qué es lo que salió mal? En teoría está película lo tenía todo: El talento creativo, los millones de dólares de Disney y un vasto universo narrativo del cual nutrirse ¡Era un home run seguro! Sin embargo, una serie de factores contribuyeron a que The Rise of Skywalker fuera un completo desastre, un desfiguro narrativo que estuvo plagado de errores como tener una trama simplona y al mismo tiempo enredadísima, un ritmo hiperactivo, eventos inconsistentes con las reglas de la saga, personajes bipolares, interminables escenas de exposición, subtramas que no llevan a ningún lado, sucesos importantes que no tienen explicación alguna, una larguísima duración y otro montón de etcéteras que no vale la pena desmenuzar en este momento. Aquí lo interesante es analizar las causas de la debacle.

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THE WALT DISNEY COMPANY. La avaricia de la casa del ratón.

Disney se está convirtiendo en un monstruo de proporciones dantescas, gracias a la compra de marcas como Fox, Marvel Comics, Pixar y, cómo no, Star Wars. Ahora esta empresa parece ser dueña de todos los personajes, ideas, objetos y conceptos de la industria del entretenimiento y eso tiene un efecto muy importante, pues ahora todas esas propiedades intelectuales se producen (y explotan) siguiendo las reglas de la casa del ratón. Y aunque Disney no es la única mega-corporación del entretenimiento, sí es el principal ejemplo para analizar el estado actual de la industria del cine hollywoodense, el cual ha establecido ciertas reglas de oro que se aplican con puño de hierro a cualquier película comercial, como lo son evitar cualquier tema controversial, complacer al público masivo a toda costa, poner la cara de una o más estrellas en la película y, sobretodo, no tomar ninguna clase de riesgo creativo. En otras palabras, hacer cine de acuerdo a lo que dice el librito y replicar hasta el hartazgo todo aquello que haya tenido éxito. Todo con una sola finalidad: Generar billetes.

¿Dices que Harry Potter tuvo éxito? ¡Haz veinte clones ya!

Esto crea un problema obvio. Para poder hacer cine comercial en Hollywood, los artistas deben ceñirse a esas reglas que se les imponen por los estudios, comprometiendo enormemente la integridad artística de su obra. Y así se cierran las puertas a los proyectos que son considerados arriesgados, pero que tienen un mayor potencial creativo, ya que se estiman como posibles fracasos de taquilla, que es la peor pesadilla de los ejecutivos. Y aunque existen honrosas excepciones, la cartelera está dominada por películas a lo Rápido y Furioso.

Por ese motivo, muchos proyectos fílmicos entran en el llamado “infierno del desarrollo” en el que la intromisión de los ejecutivos obliga a los artistas a modificar sus proyectos para adecuarlos a las reglas de oro, como lo es agregar subtramas románticas innecesarias, cortar escenas esenciales para la trama, recortar la duración de la película o incluso reemplazar actores, lo cual termina convirtiendo el proyecto original en una especie de “Frankenstein” armado con múltiples voces y opiniones, muchas veces contradictorias, al grado de que termina siendo irreconocible comparado con la idea original.

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Si no me creen, solo pregúntenle a Josh Trank qué opina de la versión final de su película Fantastic Four.

J.J. ABRAMS. Luces llamativas y nostalgia

Por este motivo, directores como J. J. Abrams o Michael Bay son tan socorridos en Hollywood, pues son el tipo de directores que han perfeccionado el arte de dar a los ejecutivos exactamente lo que les piden, creando películas que son productos huecos pero con muchas luces llamativas que engañan al espectador promedio, haciéndole creer que son geniales, cuando en realidad solo son brillo, explosiones, caras bonitas y nostalgia al máximo.

¿Están hablando de nosotros?

Por eso no fue sorpresa que Disney recurriera precisamente a J.J. Abrams cuando despidieron a Colin Trevorrow, el director original del Episodio IX, debido a “diferencias creativas”. Abrams ya había dirigido el Episodio VII de Star Wars, y había sido un éxito comercial y de críticas, aunque había un pequeño sector de fans que la criticó por ser prácticamente una copia al carbón del Episodio IV. No obstante, fue considerada un éxito y por ese motivo Abrams regresó a los controles de Star Wars, y para la nueva película decidió que la mejor opción era utilizar todos sus viejos trucos para complacer a la audiencia, es decir, volver a vender nostalgia y fan service al máximo, crear efectos especiales enormes, escenas de acción imparables y muchas vueltas de tuerca. Y los ejecutivos de Disney no podían estás más felices, la película era un producto artificial perfectamente diseñado para el consumo de las masas. ¿Y entonces que salió mal? Pues subestimar la inteligencia del público, ya que pensaron que no nos daríamos cuenta de que faltaba la parte más importante de toda película, tener una buena historia y coherencia narrativa. Ese aspecto que usualmente deviene de la visión creativa de un autor, precisamente el elemento faltante en su ecuación. 

EL TRISTE FINAL DE LA SAGA

Quizás aquí te preguntes ¿Por qué esto solo sucedió en la nueva trilogía de Disney y no en las anteriores películas de Star Wars? Pues porque, aunque no lo creas, esas películas fueron producidas independientemente de la industria hollywoodense, por la empresa Lucasfilm, fundada por el propio George Lucas, el creador original de la saga galáctica, quien puso su propio dinero para financiar sus películas, y de ese modo se aseguró de no tener intromisión alguna que interfiriera en su visión creativa.

El verdadero señor oscuro

Pero bueno, no todos tenemos el dinero de Mr. Lucas, así que esa no parece ser una solución viable para el problema. Y tampoco es que el sistema esté condenado a fallar, pues existen productos comerciales que han terminado siendo exitosos en la taquilla y en la crítica como el Universo Cinematográfico Marvel (solo no le pregunten a Martin Scorsese) y alguna que otra joya que milagrosamente llega pura a nuestras manos como el Joker de Todd Phillips. Lo cierto es que el cine, como cualquier otra obra artística, es un producto con la capacidad de ser comercializado sin perder sus méritos artísticos. Se trata de dos finalidades que no necesariamente están peleadas, siempre y cuando haya equilibrio entre ambas. Pero cuando la finalidad de hacer dinero se impone de manera aplastante, sucede lo que le sucedió al Episodio IX de Star Wars, obtienes un producto mediocre que tal vez pueda generar buen dinero, pero que carece de espíritu, de esa esencia necesaria para trascender en la imaginación de la gente.

Por Javier LR, un extraño al que puedes encontrar en Twitter e Instagram. 

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