Game of Thrones y otras obsesiones. Fanatismo tóxico en la era digital
Con relación al enorme éxito que tuvo la serie de televisión Game of Thrones, es interesante señalar que en su octava temporada gozó de un nivel de atención enorme y prácticamente generalizado, lo cual probablemente tuvo que ver con los dos años de espera que existieron entre la temporada anterior y esta última, ya que la calidad artística, narrativa, actoral y técnica de las temporadas anteriores es de lo más alto que se haya visto en la televisión y habían logrado cautivar cientos y miles de personas. Todo esto generó una enorme expectativa y audiencia masiva alrededor de cada uno de los seis episodios de compusieron la octava y última temporada de la serie. Y así, tras seis semanas de transmisión, este pasado 19 de mayo llegó a su conclusión Game of Thrones, dando fin a algo que durante años formó parte importante de la vida de muchos, quienes finalmente estuvieron listos para avanzar a otra cosa.
No obstante, en un sector del público espectador quedó un sentimiento prevaleciente: Decepción. Varias personas se sintieron defraudadas por la última temporada de su serie favorita y en especial por su último episodio, cuyo desenlace dejó insatisfechos a muchos, quienes rápidamente pasaron del desconcierto a la ira y comenzaron a desatar una oleada de críticas, algunas de manera bastante agresiva, en contra los escritores y hasta de los propios actores que formaron parte de la serie. Algunos reclamaron a HBO su derecho a tener un final digno e incluso se llegó a firmar una petición para que se rehiciera la temporada final. Este descontento tuvo reacción por parte de algunos de los artistas involucrados, y mientras que algunos, como Emilia Clarke, se manifestaron parcialmente de acuerdo con esta opinión del público, otros, como Kit Harington y Sophie Turner, salieron a defender las decisiones tomadas por los responsables de la serie, dejando muy en claro que la opinión de estos fans defraudados era algo que les tenía sin cuidado. Aquí vale la pena mencionar que también existió un amplio sector del público que disfrutó plenamente de la última temporada, no obstante, aquellos que estuvieron inconformes son mucho más vocales al respecto y sus reclamos son a menudo escandalosos, ofensivos y muchas veces, abiertamente violentos. Y ante esta situación es donde surge la interrogante: ¿En qué momento pasa una obra a dejar de ser propiedad de su creador, para convertirse en propiedad de sus fanáticos?
Lo anterior nos recuerda mucho al fanatismo tóxico que existe alrededor de la saga de Star Wars y particularmente en contra de su creador, George Lucas, debido a que un grupo de “fanáticos” vociferaron en su contra por años, atacándolo incansablemente y criticando la trilogía de películas que realizó a manera de precuelas de la venerada saga galáctica, acusándolo de haber traicionado el espíritu la franquicia, y hasta de haber destruido sus infancias. Estas afirmaciones, está por demás decir, son ridículas y exageradas, sin embargo, la presión de estos supuestos fanáticos llegó a tal extremo que se convirtió en uno de los principales motivos por los cuales George Lucas decidió vender la franquicia que el mismo había creado al gigante del entretenimiento, Disney, en un movimiento que muchos celebraron en su momento, pero que años después parece haberse revertido, debido a que las nuevas películas y productos creados bajo la marca del ratón han sido, por decir lo menos, cuestionables y nuevamente son blanco de críticas, en muchos casos desmedidas, pues han llegado a los extremos de acosar a los actores y actrices involucrados, orillándolos incluso a abandonar sus redes sociales para no tener que enfrentarse a dichas agresiones, que a menudo son de corte racista y misógino, algo que se ha vuelto común en esta era de las redes sociales y el anonimato detrás del que se ocultan muchas personas para desatar sus impulsos y expresiones más violentas.
Ante este fenómeno social del fanatismo tóxico, algunos artistas han decidido defender su postura en contra de los llamados haters, como es el caso de Dan Harmon, creador de la popular serie animada Rick y Morty, ya que en el año 2017 se desataron una ola de críticas en contra de las escritoras que se habían incorporado para la temporada tres, acusándolas de que destruirían la serie por el puro hecho de ser mujeres, por lo que Harmon publicó un mensaje en el que les dejó en claro a dichos haters que la serie no les pertenece por el hecho de ser seguidores o fanáticos, negándoles el derecho de criticar sus decisiones respecto a su equipo de trabajo o de hacer exigencias respecto al contenido de la serie.
En esta era de la revolución digital, pareciera que el hate y el fanatismo tóxico son fenómenos modernos, sin embargo, han existido desde tiempo atrás y no son exclusivo del cine y la televisión, como podemos recordar con el caso que le sucedió a Bob Dylan, quien en su juventud saltó a la fama como cantante de música folk, pero años después decidió cambiar su guitarra acústica por una eléctrica y su sonido por uno más cercano al rock, lo cual desató la ira de muchos de sus seguidores, que llegaron incluso al grado de comprar entradas para sus conciertos con el único objetivo de abuchearlo y reclamarle su supuesta traición.
Y así, si seguimos por esta linea de análisis, podemos equiparar este fenómeno con los conocidos reclamos y abucheos que se lleva un deportista cuando falla en una competencia o no rinde al nivel que le exigen quienes se hacen llamar sus propios seguidores, lo cual no es de extrañar, pues el deporte es unos de los aspectos más apasionantes para las personas, por lo que sus reclamos llegan a alcanzar niveles enormes de agresividad, que van desde insultos hasta agresiones físicas e incluso amenazas de muerte.
Desde un punto de vista razonable, se podría afirmar que el propio artista es el único que tiene el derecho de decidir respecto de sus creaciones, no obstante, algunos afirman que al comercializar dichas creaciones y recibir un pago por parte aquellas personas que las disfrutan, convierten su arte en una mercancía y automáticamente ceden el derecho a dichos consumidores de exigir que continúe produciendo obras que sean acordes con sus expectativas y que sean leales a lo que ellos consideran es el espíritu de las mismas. En la visión de estas personas, simplemente dejar de comprarle a dicho artista no es una opción, pues el mismo ha adquirido una responsabilidad social para con sus fanáticos. Después de todo, un artista o un deportista le deben todo a sus fans ¿No es así?
La conclusión de este análisis se la dejamos a lector, pues es un tema que divide opiniones. Lo que sí podemos afirmar, es que este fenómeno social del fanatismo tóxico parece estar repitiéndose de manera cada vez más constante, lo cual resulta alarmante, pues es reflejo de una condición obsesiva por parte de las personas que llegan a esos grados, y habla mucho de su psicología, pues son personas que definen gran parte de su identidad por aquellas cosas de las cuales son aficionados, y son capaces de llegar a altos niveles de agresión para defenderlas si sienten que se ven amenazadas, así sea por la propia persona que creó eso que les es tan importante en su vida. A final de cuentas, hay comprender que aunque se trata de cosas que nos pueden traer gran felicidad, como lo es la música, el cine o el deporte, solo se trata de aficiones o pasatiempos, y nunca deben llegar a ser motivo de violencia.
Cuando Javier LR no está escribiendo sobre clásicos literarios, puedes encontrarlo escribiendo post incendiarios en Twitter e Instagram.
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