El día que comí pan de muerto. Un paseo por Oaxaca y sus fantasmagóricos rincones

Publicado por Vorágine en

El día que comí pan de muerto

 

Había oscurecido y el equipo de encuestadores con los que estaba laborando aún no encontraba gente que llenara el perfil y que además quisiera cooperar, para colmo todos en el equipo tenían hambre y el pueblo en el que estábamos era suficientemente pequeño y pobre como para no tener un lugar dónde comprar algo que la mitigase y aunque ubicado en Oaxaca, estaba bastante lejos de cualquier lugar que fácilmente se conseguía esa sensación de estar en medio de la nada. Las calles sin pavimentar y con poco alumbrado público se sitúan a lo largo de un riachuelo y son divididas por un pequeño camellón todo rodeado de montañas con sus bosques. Lo que a continuación se cuenta sucede, si así gustas creerlo, en una de estas calles, una calle donde al final se encontraba una casa destartalada con un enorme árbol frente a ella justo junto al río.

¡Un lugar tétrico!

Como en todas las casas, el encuestador tiene que presentarse, explicar su objetivo y aplicar los filtros necesarios para poder proseguir con la entrevista, en esta casa no fue diferente y por suerte había allí una persona que cubría los requerimientos y que aceptaba ser encuestada, además, como es común en varias partes de la llamada 'provincia', la gente suele ser muy amable y hospitalaria así que sin dudarlo, aquel extraño nos invitó a pasar al interior de su casa para no tener que contestar tanta pregunta en el frío de la calle, vaya rareza que aún estando ya dentro de la casa se sentía un clima quizá más frío que fuera de ella, éramos seis y nos apretujábamos en una sencilla habitación que se adecuó como sala de estar para nuestra estancia; aquella familia estaba conformada hasta donde pudimos notar, por una abuela, una hija, una nieta, un nieto y un yerno, quien era el que estaba siendo encuestado; el niño correteaba por toda la casa, la niña en cambio no nos quitaba la vista de encima, callada e inmóvil, como sustraída de sí, fue algo que nos inquietó de primera instancia, pues incluso cuando la saludamos e intentamos sacarle unas palabras, ella sólo se quedaba allí, mirándonos, así pasaron alrededor de veinticinco minutos, con hambre, frío y el pensamiento ocupado en cálculos acerca de cuánto tardaríamos en encontrar un hotel cuando por fin terminaron la encuesta, entrevista que por demás había sido tediosa, pues el encuestado tardaba mucho en contestar para siempre dar respuestas monosilábicas, pero ni hablar, nos ayudaba, y su ayuda no terminaría allí, pues al final, justo cuando nos despedíamos, a uno de nosotros se le ocurrió preguntarle si conocía algún lugar cercano donde pudiésemos cenar, a lo que contestó con otro monosílabo -no- pero de inmediato entró a una de las habitaciones (eran cuatro y todas tenían salida al patio) y un momento después salió una señora muy anciana que enseguida nos invitó a comer aunque no sin advertirnos que debido a la pobreza  el alimento sólo consistía en café y algo de pan, que para nuestra situación era demasiado pedir, pues  al ver la casa y sus ropas sabíamos que no mentían y no queríamos quitarles lo poco que tenían así que educadamente rechazamos la oferta, pero como también es costumbre en aquellos lares, eso es tomado como una grosería y así nos lo hizo saber nuestra anfitriona.

Café frío e insípido

Sin hacernos del rogar aceptamos y sentados esperábamos mientras su joven hija salía con tarritos llenos café y piezas de pan dulce para todos y ya servidos comenzó la plática, mientras la hija desaparecía donde quizás estaba su esposo, el niño seguía correteando y la niña mirándonos fijamente justo en la entrada de una habitación de donde nunca se movió. Ya no recuerdo de todo lo que hablamos, pues se tocaron muchos temas como nuestra procedencia, nuestras familias, de la situación en el país y detalles de logística que despertaban la curiosidad de aquella señora, que en cuanto veía que se nos vaciaba el tarro le indicaba a su hija que atendiera más de aquel café frío e insípido, era como tomar agua del grifo, y el pan, aunque parecía del día tampoco tenía sabor alguno, no estaba duro simplemente no tenía sabor, pero lo peor era que no disminuía el hambre, al contrario, parecía acrecentarla, incluso las panzas seguían chillando y uno podía escucharlas, cosa que nos produjo un poco de risa y nos dio una excusa para salir de allí, pues aquella amable viejita se empeñaba en tenernos con ella un rato más, incluso nos ofrecía pasar la noche en una de sus habitaciones, pues argumentaba que la oscuridad hacía de la zona un lugar peligroso.

¡Ampáranos señor!

Para nada queríamos quedarnos en aquel lugar, aquella niñita ya nos había puesto nerviosos a todos, pues ni aunque su abuela se dirigía a ella la niña reaccionaba, ya después de mucho dialogar y de convencer a la señora de dejarnos partir salimos con una advertencia acerca de usar la calle paralela al río que a decir de la señora era muy peligrosa aun cuando no era 'tiempo de crecida'. Al salir de su casa la abuelita se despidió de nosotros desde dentro y con un semblante muy triste nos pedía que nos quedáramos, pero ya eran más de las nueve de la noche y todos nos sentíamos intranquilos y hambrientos  razón por la cual nos fuimos siguiendo el consejo de aquella abuelita de no ir por el río. Tardamos poco más de dos horas en llegar a un establecimiento mercantil y atascarnos de comida chatarra que era lo único que allí se vendía, fuera de eso todo el camino hasta el hotel fue silencioso, quien sabe si por el cansancio o por aquella extraña sensación que nos invadía a todos y que nadie supo cómo explicar.

La extrañeza de lo irreal

A la mañana siguiente nuestro coordinador propuso que cooperáramos entre todos para regresar a casa de esa viejita y dejarle una despensa, era algo común en nuestro coordinador el querer ayudar a toda la gente, alguna vez lo vi repartiendo monedas entre los niños que se acercaban al auto al pasar por las carreteras de Chiapas, no sería gran cosa, pero todos convenimos en mostrar gratitud con aquella abuelita, y así fue, hicimos 'la vaquita', compramos muchas cosas de la despensa básica y más tarde nos desviamos un poco para volver a entrar en aquel pueblito, quisimos entrar por la calle paralela al río pues la casa quedaba más cerca llegando por allí, pero nos fue imposible pues de la calle ya no quedaba mucho, se había desgajado una gran parte de ella en el río y era imposible atravesarla a pie, mucho menos en la camioneta, tuvimos que rodear el camellón para llegar, ciertamente el pueblo parecía otro de día; había niños jugando en las calles y adultos realizando cualquier clase de actividades del campo, por fin encontramos la casa y aunque se veía un poco diferente nadie le dio importancia, el coordinador bajó de la camioneta con las bolsas en donde iba nuestra buena obra. Tocó y tocó y estuvo tocando en la puerta como cinco minutos que parecieron una eternidad, pero nadie respondía y entonces, un vecino que se asomó, supongo que por el ruido que hacíamos, nos dijo:

-¡Hey! Ahí no vive nadie, ¿a quién buscan?-

Todos nos extrañamos de inmediato -a la señora...- nadie supo cuál era su nombre -buscamos a la señora o a su hija, queremos darle esta despensa- aclaró nuestro coordinador, pues cuando se es encuestador, a veces por desconfianza la gente nos evita o nos agrede.

-Uy joven, pero ahí hace años que no vive nadie, sí había una señora que vivía con su hija pero.- se detuvo un momento para salir a nuestro encuentro, mientras todos en la camioneta estábamos congelados, cómo que no había nadie, ¿y la señora? ¿Y sus nietos? ¿Qué hay del encuestado?, todos nos callamos para escuchar lo que diría el vecino que ya se acercaba.

-Mire joven, yo no sé bien qué habrá sido de las gentes que aquí vivían, cuando don Aurelio falleció, su esposa y su hija se fueron con un disque padrecito, de esos que namás andan gritando pura babosada y después esa casa la usaba el culto ese, pero cuando llega la crecida el agua se mete hasta allá- decía mientras señalaba con el dedo hacia la mitad de la calle  -y pus no le convenía verda' además de que acá todos somos católicos, ¿quién les dio esta dirección?-

-Nadie, nosotros estuvimos ayer por acá haciendo encuestas y aquí nos abrió una señora, hasta nos dio de comer.- aquel sujeto al escuchar eso se persignó y rápidamente se alejó hacia su casa no sin antes decirnos secamente que nos fuéramos de aquel lugar.

Mis compañeros y yo nunca supimos quiénes eran las personas que tan amablemente nos recibieron en su casa aquella noche ni qué pasó en realidad en esa casa aquel gélido día, es una de esas historias que al escucharlas no crees ni una sola palabra y que sin embargo esperas que nunca te suceda.

 

Por Disraeli Correa

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