La Barbie de Santa Martha

Publicado por Vorágine en

El frío de la mañana envuelve el ambiente. Los autos, a lo lejos, pitan, ronronean y se escabullen por la avenida escapando de las desventuras del oriente de la ciudad.

En una esquina gris la Barbie de Santa Martha coloca su puesto de jugos como todas las mañanas desde hace 8 años. Una tabla de madera sostenida por una estructura metálica, una manta blanca para cubrirse de las inclemencias del tiempo, un huacal verde repleto de naranjas, un bote grande que antes contenía pintura y ahora agua, dos jarras de plástico, un envase vacío de crema alpura, un cuchillo, algunos vasos, bolsitas de plástico, popotes y un exprimidor representan la infraestructura del negocio.

Elemento común de nuestro paisaje urbano

-¿Qué le sirvo, qué le sirvo?- repite con alegría esta mujer de mediana edad a cada transeúnte que se acerca.

-¿A cómo está el de naranja?- pregunta una señora de cabello chino color carmín.

-A veintidós- responde, y su boca hace una mueca de resignación ante el incremento en los precios.

Sus blancas manos cortan las naranjas con destreza y rapidez y diminutas gotas van salpicando el mandil azul marino que luce una amplia gama de manchas de diferentes tamaños, tonalidades y formas.

-Bueno, dame un litro por favor- decide la clienta.

-Sí, como no, ¿algo más?- inquiere con amabilidad nuestra vendedora de jugos.

Lleva el cabello lacio y castaño recogido en una sencilla coleta, las arrugas comienzan a asomarse a los costados de esos ojos grandes y obscuros. No lleva maquillaje pero su sonrisa ilumina su rostro.

-No, nada más, ahorita regreso- responde la mujer de pelo teñido.

Así, Araceli López comienza a narrar la historia de cómo comenzó a vender jugos en la calle:

-El negocio era de mi suegra, ella atendía aquí desde siempre y pues me pidió que le ayudara, entonces empecé a ayudarle nomas, así como su asistente, pero después, por su edad pues cómo decirlo, su salud se empezó a hacerse degenerativa hasta que ya no pudo venir a trabajar y entonces yo me quedé con el negocio- cuenta acerca de cómo comenzó a vender jugos.

-Estuve trabajando con mi suegra 3 años y yo sola ya llevo 5. Ella ya no viene, ahí anda todavía, pero pues ahora sí que su salud ya no le permite hacer muchas cosas y ya nomás se queda en la casa.

-Yo nunca conocí a mi papá. A mis hijos les digo que fui criada por la madre. Nosotros somos de Ozumba, allá, de Morelos- y con un movimiento de cabeza y la mirada fija en el horizonte parece como si alcanzara a ver su antiguo hogar.

Recuerdos

Continúa cortando naranjas húmedas que saca del pequeño huacal verde que parece no tener fondo y las apachurra sin piedad con la prensa metálica que le ayuda a extraer el líquido amarillento de la fruta.

-Yo llegué acá porque mi tía vive aquí a dos cuadras, donde está la tienda, casi a la misma altura nomás que en la calle de atrás, y un día me dijo que si me quería ir a México a vivir con ella y yo le dije que sí, pero pus nomas me lo dijo así y ya. Tiempo después regresó, yo creo que ya lo había pensado bien y me volvió a decir que si sí me iba a ir con ella y le dije que sí, sí me iba y ya, así me vine para acá.

Realiza un breve recorrido por la memoria y continúa su relato.

-Mmm fíjate, ya llevo 22 años de casada y en total tengo 30 años viviendo aquí.

-Nomas yo me dedico a esto. Mi esposo trabaja en el Sistema de Transporte Colectivo, en el metro. Mis hijos estudian, tengo dos. La grande se llama Andrea y ella estudia, ¡ay siempre se me olvida lo que estudia!, mmm ¡Negocios Internacionales!-grita como si el recuerdo quisiera escapar de nuevo y así lo retuviera.

-Ella está allá en el Casco de Santo Tomás y mi hijo en Azcapotzalco, los dos están en el poli. Mi hija también trabaja y estudia, trabaja con su papá en el metro, en áreas diferentes pero en el mismo lugar, pues. Y mi hijo solo estudia, Ingeniería Automotriz.- señala orgullosa, y de nuevo deja ver esos blancos dientes.

Ya casi llena una jarra de un litro y las cáscaras de naranja se acumulan en un costal, despanchurradas.

-Aquí vendo siempre porque ya tengo mis clientes regulares y ya saben mis horarios. Unos vienen del diario, otros cada 8 días, otros cada tercer día, otros una vez al mes y así. También vendo toper de vez en cuando pero ese nomás con algunas amistades o con gente que ya conozco-

Un hombre se acerca y se sienta detrás de la afanosa Barbie de Santa Martha, conocida así porque se dice que antaño, cuando recién llegó a Santa Martha, era una mujer muy bella y joven, que derrochaba alegría en su andar.

Sin decir una sola palabra, doña Araceli deja las naranjas para abrir una botella de jerez de gran tamaño, vacía el contenido en un vaso de vidrio, le agrega unas gotas de limón y se lo ofrece al desaliñado cliente.

¡Un clásico!

Enseguida llega una joven que cruza algunas palabras con el hombre y después se dirige hacia la mesa donde tiene lugar el relato de doña Araceli y entre risas hace su petición:

-Ara, dame un litro-

-¿De qué?, porque litros hay de muchas cosas pero yo solo tengo jerez y jugos- bromea.

-De naranja- ríe la apenada mujer.

-¿Con popote o nomás le hago nudo?-

-Así nomás-

-No tengo cambio, me lo pasas al rato ¿no?-

-Bueno, al rato paso- contesta la mujer y abandona la mesa de los jugos hacia un rumbo desconocido.

Y otro más…

Araceli se arremanga la sudadera que viste debajo del desgastado mandil y prosigue con su animada cháchara.

-Mi trabajo me gusta bastante porque puedo hablar con la gente, hay quienes me platican sus cosas, sus problemas y pues ahora sí que me entretengo, nunca es aburrido-

-Por ejemplo, una vez vino un señor a comprar jugo y me contó que era viudo pero que le costó años salir de su depresión y se encerró mucho tiempo en su casa y en su dolor. No me dio detalles ni nada, ¿verdad?, pero esa historia me conmovió mucho.

-Lo que no me gusta tanto es que pues como también vendo esto- y discretamente señala la botella de jerez y al señor que bebe lentamente su bebida- pues nunca falta el impertinente que se acerca a armar líos. Pero son pocos eh. Y pues el clima, a veces el frío o el calor y como estamos en la calle luego no hay ni dónde cubrirse. Pero no creas que es así muy molesto, nomás es incómodo, a veces.

-Trabajo todos los días, ahora sí que de lunes a domingo o no sé cómo se diga. Aunque a veces cuando me voy de vacaciones dos o tres días pues no vendemos, pero nomas en salidas así, patrocinadas por mi esposo, porque yo sí aporto un poco pero no es mucho. Yo nada más estudié hasta la secundaria, que fue cuando me vine a vivir para acá, en la Justo.

Limpia la mesa con un trapo húmedo y toma otra tanda de naranjas que atraviesa por la mitad con el afilado cuchillo.

– Todos los meses se vende bien pero como de octubre hasta enero o febrero, que es la temporada de la naranja, en esos meses es más mejor porque la naranja está más dulce y la gente compra más.-

Por fin ha conseguido llenar jarra y media de jugo de naranja. La señora de pelo chino, que había ido a conseguir pasas, regresa y doña Araceli comenta: -Ay, ya se me había olvidado que me habías pedido un litro Lupita. Por andar en el wirwiri- y ríe con soltura mientras comienza a llenar una bolsa de plástico transparente con el jugo.

El día apenas comienza, el ajetreo cotidiano empieza a notarse y la gente sale del letargo del sueño. Doña Araceli cobra sus veintidós pesos y así concluye la anécdota de su vida en esa esquina.

Y la vida transcurre

 

Patty M disfruta de leer un bueno libro, mientras toma un descanso en su labor de mejorar al mundo.

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