Ya no estoy aquí (2019). Un nuevo cine mexicano
Por momentos, mientras veía Ya no estoy aquí, me sentí como cuando vi Roma. Y es que ambas películas, además de haberse popularizado en Netflix, comparten un particular sentido de naturalidad en su puesta en escena, que se traduce en un retrato de lo extraordinario y profundamente hermoso que puede ser lo cotidiano.
Fernando Frías de la Parra se vuela la barda con este, su segundo largometraje, que narra la historia de Ulises, un adolescente de Monterrey que debe huir a Estados Unidos porque accidentalmente se ve envuelto en un incidente entre bandas de la delincuencia organizada. Esta historia se narra simultáneamente entre su necesario exilio en la ciudad de Nueva York y flashbacks que muestran su vida pasada y su amor por el estilo de vida de la cultura urbana conocida como Kolombia, en un contexto dominado por la violencia.
Como puedes ver, la historia es relativamente sencilla, pero en realidad se trata del vehículo perfecto para expresar una gran variedad de ideas, lo cual se logra de una manera elegante, por medio de imágenes, sonidos y emociones. Su naturalismo es tan bien logrado que por momentos es capaz de engañar al espectador haciéndolo pensar que se trata de un ejercicio documental. En ese sentido, se aleja por completo de los convencionalismos de la narrativa más comercial, en la que incluso caen otras películas “de arte”, como la coreana Parásitos.
La cereza en el pastel es la fantástica colección de imágenes que ofrece esta película y que te sumerge en los barrios pobres de Monterrey y Nueva York, con colores vibrantes y una impecable fotografía que te atrapan y te emocionan.
Es una película que tiene voz propia y habla de la pasión con que se puede amar la cultura propia, mientras que al mismo tiempo muestra el desamparo y la inevitable pérdida de la inocencia ante la apabullante realidad que oprime y absorbe, sobre todo a las personas de los estratos más bajos. Ese subtexto también se observa en el choque cultural que experimenta Ulises en Estados Unidos, no solo con personas originarias de otros países, sino con sus propios connacionales que no son capaces de superar las diferencias del otro.
Se trata de una historia que pertenece a los pobres y los oprimidos y habla toneladas que prácticamente no se vean personas blancas en toda la película, a pesar de que la mitad de ella transcurra en Nueva York.
Tampoco pasa desapercibido el nombre con evocaciones épicas del protagonista, cuya epopeya es más bien espiritual. Ulises es un personaje poderoso y determinado en defender su esencia, como muchos de esos jóvenes que se encuentran en la edad de la punzada. Es interpretado magistralmente por Juan Daniel García Treviño “Derek”, un actor nobel que merece todos los reconocimientos que ha tenido (en serio, lo hace tan bien que llegué a pensar que no estaba actuando).
El único motivo para no disfrutar esta película puede ser, quizás, algún prejuicio o un desinterés por el propio género, ya que aunque trato de verle fallas o defectos, la verdad es que no logro encontrarlos. Se trata de una historia profundamente humana, con un tipo de magia distinta, esa que está en la vida cotidiana si la sabes observar.
2 Comentarios
Elitania Rayón Espinoza · noviembre 27, 2020 a las 10:31 am
Excelente critica a esta película que sin duda obtendrá premios, ya que como dices es extraordinaria, lista para ganar el Oscar!!!
Vorágine · enero 8, 2021 a las 1:57 am
Habrá que esperar para ver si la reconocen como se merece!