Thoreau: la vida filosófica en el bosque

Publicado por Vorágine en

La traducción de lo vital

 

Walden” fue escrito por Thoreau en el seno de la naturaleza. La filosofía como la escritura son experimentadas en el transcurso de una vida en el bosque: una vida austera, puesto que solo se cuenta con lo esencial para sobrevivir, y una vida contemplativa, aproximándose a la experiencia mística, dado que se hace el esfuerzo por reconocerse uno con el Todo, en comunión con la tierra.

La vida de Thoreau en el bosque supone una experiencia que trasciende los límites de cualquier teoría o discurso filosófico, pues lo que está en juego no es un concepto, un sistema, una doctrina o un problema de lenguaje, sino que es la propia vida la que se encuentra comprometida por entero.

En este caso la vida del autor es el medio por el que adquiere justificación la obra filosófica, la traducción de lo vital mediante el concepto o la palabra. En cada página de “Walden” hay, por decirlo de alguna manera, bloques de vitalidad, de experiencia, de asombro, de realidad y de verdad.

La obra aparece como extensión del cuerpo del autor, es portadora de vida

En este lugar, es imposible separar la obra de la vida del autor. Pero lo que sí es posible es separar la vida del autor de su obra, pues en el caso de Thoreau, la experiencia de inmersión radical en la naturaleza, trasciende los límites de la obra escrita siendo ella apenas el balbuceo de lo que en realidad el autor experimentó una vez inserto en el bosque.

Desde esta perspectiva la vida del autor es independiente de la obra, por sí misma alcanza su justificación, su razón de ser, pues por el modo en que fue conducida se vuelve una existencia irreprochable. No obstante, la obra no puede ni alcanza a ser nada si no se le relaciona con la vida del autor, pues de él depende su destino, su adopción, su credibilidad ante el mundo.

Thoreau se retira al bosque para iniciar una vida filosófica, ya que es imposible llevarla a cabo en sociedad, en la vida pública, en el trato con el común de la gente. Y aún más, la experimentación de una vida filosófica, según Thoreau, es imposible dentro de las universidades o de las instituciones oficiales de la cultura, ya que ellas implican una reducción de la filosofía al aspecto discursivo, como actividad estrictamente teórica, despreocupada por brindar efectos inmediatos en la vida y en los problemas que ella plantea.

La filosofía impartida en las escuelas, opina Thoreau, es asunto que compete solo a la vida burguesa, cortesana y acomodada. De allí el motivo de su expresión según la cual hay muchos profesores de filosofía, pero pocos filósofos.

Ser filósofo, dice Thoreau, significa amar tanto a la sabiduría como para estar dispuesto a sacrificar el confort y los lujos en pos de una vida sencilla e independiente. El progreso y la riqueza que se adquiere por la actividad filosófica no es material, sino espiritual e interior. El verdadero filósofo sería aquél que por su estilo de vida se distingue del resto, pues no le preocupan las cosas que otros tienen por importantes, no viste ni come como la mayoría, no asegura sus necesidades biológicas con los mismos medios del resto, ni se contenta con lo que a todos les calla la boca. Antes bien, su apetito y su sed sólo pueden ser colmados con el alimento espiritual y las aguas que manan de la sabiduría.

En concreto, este tipo de filósofo, el auténtico, se resiste a ser gregario y a los peligros de la nivelación e indistinción de su personalidad, por eso huye de la ciudad al bosque para vivir una vida auténtica, como individuo en el sentido más original de la palabra, solitaria e independiente, libre y distinta, sin doble.

 

La vida filosófica de Thoreau

Pero, ¿cómo soportar la pobreza y la soledad sin sucumbir a ellas?, ¿cómo asegurar la libertad y la independencia?, ¿cómo emplear el tiempo, el cuerpo y la mente estando a solas en medio de la naturaleza? La vida de Thoreau da respuesta a estas cuestiones y es por ellas que su vida se torna en vida filosófica. En compañía de la filosofía antigua podemos interpretar las soluciones de Thoreau a estos problemas extremadamente vitales.

Según su punto de vista, los hombres sufren a causa de su falta de discernimiento entre las cosas esenciales de las superfluas, siendo éstas últimas la causa por las que su tiempo y su vida terminan liquidándose en trabajos excesivamente inhumanos.

Los hombres viven para trabajar, su tiempo está consagrado a la producción y adquisición de cosas que en realidad no reportan ninguna mejoría ni ningún provecho a su ser. Mientras su vida es dilapidada en trabajos agobiantes y en deseos infundados, los verdaderos bienes de la vida pasan desapercibidos.

Los hombres son desgraciados, decía Cicerón, por culpa de sus viejos deseos y su ansia de riqueza, gloria y poder. Algún día, cuando sea demasiado tarde, los hombres se darán cuenta de que es inútil esto. Su existencia no es más que una serie ininterrumpida de tormentos.

Es necesario ejercitarse en el discernimiento, procurarse solo lo necesario y lo suficiente para vivir. El trabajo es el medio para asegurar la subsistencia de una vida sencilla y en paz, por lo que éste no debe suponer una pena o un castigo sino un placer, un buen pasatiempo, pues solo se trabaja para vivir, esto es, para asegurar un estilo de vida frugal, austero y auténticamente natural.

Es preciso servirse de lo que la naturaleza nos ofrece, trabajar la tierra cuando es necesario, cosechar lo que ella nos da y estar agradecidos por ello. Como Epicuro, es importante que el hombre aprenda a distinguir los deseos naturales y necesarios, aquellos que garantizan la conservación de la vida, de los naturales pero no necesarios y de aquellos ni naturales ni necesarios, para conseguir una vida tranquila y libre de preocupaciones y deseos aparentes.

No se trata solamente de sobrevivir por los medios que sean ni de alimentarse como venga en gana con tal de vivir para mañana, no se trata tampoco de vivir al día como dicen o piensan algunos, sino de saber vivir, saber elegir los medios para la subsistencia, saber elegir los alimentos saludables por encima de aquellos que no lo son.

Se trata de vivir el presente, sí, pero a condición de vivirlo con plena y total consciencia, pues la vida es el mayor bien que nos ha sido otorgado y por ello necesita de nuestros mejores cuidados. De allí que no sea cosa gratuita el que Epicuro haya destacado el carácter medicinal de la filosofía, ya que por la sabiduría es como el hombre aprende a vivir y a cuidar de sí mismo.

Démosle gracias a la naturaleza, decía, que ha hecho que las cosas necesarias resulten fáciles de alcanzar y que las cosas difíciles de conseguir no resulten necesarias, pues todo cuanto es natural, concluye, es fácil procurárselo, y todo cuanto es puro vacío es también difícil de conseguir.

¿Para qué vivir?

Una vez asegurada la vida se trata de saber emplearla. No solo se come lo necesario y lo suficiente para sobrevivir, para mantener el calor vital, como decía Thoreau, sino también para ir más allá de la existencia biológica. Una vez asegurado el alimento, el cuerpo se encuentra en condiciones óptimas para hacer de él una maravillosa fuente de sabiduría.

El mundo es experimentado en su totalidad, la naturaleza aparece como el gran espectáculo que está ahí para que el sabio pueda contemplarlo y disfrutarlo. En Thoreau es posible encontrar una expansión de la consciencia que va de lo individual a lo universal, una consciencia cósmica como gustaba llamar Pierre Hadot a aquel aspecto de la filosofía estoica según el cual acontecía una identificación del sabio con el cosmos bajo la idea de: “Todo está en todo”.

No se está solo en el bosque, pues uno se encuentra en compañía de la naturaleza. Experimentar una comunión con el mundo implicaría no solo el disfrute de sus aspectos positivos sino también la aceptación de sus aspectos más inhumanos. Así lo demuestra Thoreau en “Walden” cuando escribe:

Esta suave lluvia que rocía mis judías y que me impide pasear hoy no es triste ni melancólica, pues también me es beneficiosa; si durara lo suficiente para estropear las patatas en los bajíos, sería no obstante buena para la hierba de las mesetas: y si es buena para la hierba, también es buena para mí.

Se trata, como los estoicos, de posicionarse en la perspectiva de la totalidad para comprender el carácter múltiple del cosmos con el fin de aceptarlo tal y como es y ver que cada uno de sus aspectos cumple una función en relación al todo.

y si la lluvia es buena para la hierba, también es buena para mí.

Es posible localizar en la vida de Thoreau una sensibilidad tanto epicúrea como estoica. Su vida en el bosque, ejercitada en ciertos entrenamientos espirituales, ha sido calificada por Hadot bajo la categoría de “acto filosófico”, queriendo dar a entender con ella la transformación total de la cotidianeidad por la actividad filosófica, aquella que compromete por entero la existencia del individuo y hace de ella una vida auténtica, es decir, filosófica.

Varios son los ejercicios espirituales que podemos localizar en la vida de Thoreau dentro del bosque.

Ejercicios espirituales

  1. Ejercitarse en el discernimiento
  2. Evadir la riqueza exterior y abogar por la riqueza interior
  3. Trabajar para vivir; no vivir para trabajar
  4. Apostar por una vida independiente y sencilla
  5. El verdadero filósofo es aquel que por su estilo de vida se distingue de entre los demás
  6. Entregarse a las cosas esenciales de la existencia
  7. Hacer del cuerpo un gran sentido
  8. Convertirse en parte de la naturaleza, amarla incluso en sus aspectos más desfavorables
  9. Expandir la consciencia del mundo a una consciencia cósmica.

 

Bibliografía recomendada: Pierre Hadot. (2006). Ejercicios espirituales y filosofía antigua, sección: «En la actualidad hay profesores de filosofía, pero no filósofos...». Madrid: Siruela.

 

Por Juan Carlos Salomé.


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