Muchos profesores de filosofía, pocos filósofos

Publicado por Vorágine en

La filosofía como forma de vida

Polemón solía preguntar: “¿Qué podría decirse de un músico que se contentara con la lectura de los manuales de música y no tocara jamás? Muchos filósofos son admirados por sus silogismos, pero se contradicen con su vida.”

Es decir, en la vida uno se encuentra con individuos dotados de una admirable capacidad para desarrollar teorías, sistemas o conceptos filosóficos; en ellos el arte de la conversación y de la discusión es una gran cualidad. Sin embargo, ocurre la mayor de las veces que estos individuos, a pesar de profesar la filosofía, no lleven una vida filosófica.

Existen muchos profesores de filosofía, pero no filósofos; demasiados eruditos, pero no sabios; muchos especialistas, pero pocos hombres verdaderos. Desde esta perspectiva, las consecuencias de esta práctica filosófica son desastrosas.

¿Qué es la filosofía? Hadot nos da su punto de vista.

¿Por qué pasa esto?

Al no tener conexión alguna con la vida, la filosofía se ha transformado en una práctica estéril, parca e inútil. Ha sufrido una reducción en su campo de actividad, pues ahora se le concibe como un saber puramente teórico, limitado únicamente al ámbito de la especulación, de la discusión o del debate, dejando de lado cualquier posibilidad que lo encamine al dominio de la práctica o de la utilidad.

Esta manera de concebir la filosofía, según Hadot, ha hecho de ella una actividad discursiva, donde la vida, el cuerpo, las preocupaciones existenciales y las acciones del hombre, no tienen lugar.

Reducir la filosofía a discurso justifica el que sea posible hablar sobre virtud y rectitud sin que por ello se despierte una preocupación por llevar una vida virtuosa y recta; es posible, por tanto, hablar y pensar lógicamente, como decía Polemón, y sin embargo llevar una vida irracional acompañada por actos que disuadan inmediatamente de lo correcto y de lo justo.

Polemón.

De allí que haya muchos filósofos que se contradigan con sus vidas: cuerpos sin cabeza; cabezas sin cuerpo. ¿Pero quiénes son esos filósofos? ¿En dónde han sido educados para obrar así?

¿Qué es entonces la filosofía?

La filosofía, tal como la conocemos hoy, la que se nos enseña en nuestras escuelas, en nuestros colegios o universidades (aquella sabiduría que en todo caso, como hemos señalado, es una escuela para la hipocresía), tiene una historia. Baste con nombrar sus lugares de paso: la Edad Media con el cristianismo y su desprecio por el cuerpo, y la época moderna con el discurso científico y el lugar prominente de la razón.

Al pasar por aquellos lugares fue como la filosofía adquirió su carácter actual, su talante discursivo, teórico y especulativo. Tras haber andado libre por las calles y los mercados de la ciudad, la filosofía fue enclaustrada a los lugares presuntamente apropiados para ella: las escuelas y universidades. Cautiva en este ambiente, la filosofía se “enseña”, mas no se “experimenta”.

Hadot lo advierte: el discurso filosófico, la exposición del saber, no es filosofía, la experimentación del saber.

Otra recomendación de este filósofo.

Presentadas la historia y las consecuencias de la filosofía discursiva, es importante hablar del gran peligro que supone esta práctica. Por ella se ha creído que la filosofía no tiene razón de ser fuera de los centros de educación reconocidos, por cierto, por las autoridades estatales en turno, desacreditando con ello cualquier iniciativa de practicarla fuera de esos ambientes. Esto ha dado como resultado una imagen dependiente y servil de la filosofía.

“La filosofía de nuestras universidades, decía Shopenhauer, hace como quien practica esgrima frente a un espejo. En realidad su verdadero objetivo es transmitir a los estudiantes las opiniones del ministro que ha distribuido las cátedras. Esto no puede considerarse serio. Es una caricatura de filosofía. Y sin embargo lo más necesario del mundo sería ver caer un rayo de luz sobre el misterioso enigma de la existencia.”

La enseñanza filosófica en las universidades no está destinada, pues, a formar seres humanos, sino a formar especialistas en tal o cual teoría, sistema o concepto filosófico. En la filosofía actual un individuo puede tenerse por filósofo en la medida en que haga patente su capacidad para desarrollar un discurso filosófico. La habilidad de su intelecto, de su lenguaje, de su capacidad de interpretación y la ignorancia de sus oyentes contribuyen a forjar esa imagen.

¿Para qué sirve la filosofía?

De lo que se trata es, como consideraba Shopenhauer, que la filosofía arroje luz sobre la existencia. Inservible es la filosofía que no esté preocupada por apaciguar los temores del alma, sentenciaba Epicuro. Para ello hay que voltear la mirada a la filosofía solar de la antigüedad, la cual comprende los periodos helenístico y romano: la sabiduría socrática, platónica, estoica, epicúrea, cínica, escéptica…

En efecto, la sabiduría antigua es considerada por Hadot como una terapéutica del alma, interesada en brindar efectos positivos a la vida de los hombres, contribuyendo a la elevación su espíritu.

El sabio Epicuro.

Se trata, entonces, de practicar la filosofía no como discurso sino como un estilo de vida, por el cual uno compromete por entero su existencia. En este sentido, por la ejercitación en la sabiduría el ser humano se transforma de principio a fin.

La filosofía, por tanto, es conversión. Por ella, según Hadot, el hombre regresa a su naturaleza original tras haber efectuado una ruptura absoluta con la forma habitual de vida, provocando de este modo una profunda alteración de la totalidad de su ser en vistas al acceso a una vida auténtica.

Desde esta perspectiva, la sabiduría no implica exposición y acumulación de conocimiento. Ella está encaminada a hacer de las personas algo distinto: “ser” de otra manera. La vida es entendida como un gran campo de experimentación. Se trata de llevar una vida acorde a la razón, en armonía con los demás y con la totalidad del universo.

La filosofía como forma de vida

La filosofía como forma de vida y no como forma de lucro, contribuye a que el individuo experimente un progreso espiritual. Para ello, las escuelas filosóficas de la antigüedad, como la epicúrea, se veían en la necesidad de sistematizar su doctrina en sentencias, fórmulas o enunciados que concentraran lo más esencial de ella, con la finalidad de procurar al individuo una guía espiritual y filosófica mediante la cual pudieran encaminar sus vidas hacia la rectitud, la virtud y la sabiduría.

Pierre Hadot.

Las diferencias son notables si contraponemos la filosofía actual y la filosofía antigua. Por una parte, la filosofía es asunto de especialistas, de escuelas y de problemas de lenguaje, y por otra parte, la filosofía es algo que compete a todos, tanto al rico como al pobre, tanto al intelectual como al trabajador manual, ya que es una actividad que en principio estuvo encaminada a atender los problemas inmediatos de la existencia.

No se es filósofo porque se sepa hablar sobre filosofía, sino por vivir filosóficamente, por esforzarse en llevar una vida acorde a la sabiduría. Así lo muestran los ejemplos de las personalidades de Catón de Útica, Rutilio Rufo y Quinto Mucio Escévola, quienes fueron tenidos por filósofos y por sabios sin haber escrito ni haber enseñado filosofía, sino por haber llevado una vida conforme a los principios de la sabiduría.

“La filosofía antigua, comenta Hadot, propone al hombre un arte de vivir, al contrario que la moderna, que aboga en primer lugar por la construcción de un lenguaje técnico reservado a especialistas.”

El fin de la filosofía es dar brillo a la existencia. En su ejercicio, el humano deviene en imagen de ser solar. Tres son los satélites que acompañan a ese gran sol que es la vida filosófica: la serenidad del alma (ataraxia), la libertad interior (autarkeia) y la conciencia cósmica.

El propósito del conocimiento, creía Epicuro, es el de procurar tranquilidad al alma. Nos ejercitamos en la filosofía para conseguir la salud, pues ella es medicina que nos libra de la enfermedad. La salud es sinónimo de felicidad, la cual consiste en vivir sin preocupaciones y sin temores, disfrutando el presente y del placer que procura el simple hecho de existir.

¡Filosofemos!

Es preciso distinguir lo que es esencial de lo que no lo es, de lo que está en nuestro poder y de lo que no, de lo que nos es propio y de lo que nos es ajeno. Todo ello con la finalidad de librar nuestra alma, nuestro pensamiento, de cosas y de asuntos que no merecen nuestra atención. La práctica filosófica está destinada a ejercer en el individuo un retorno hacia sí, un reconocimiento, ayudándole a entablar una relación íntima consigo mismo.

Pero sobre todo, gracias al progreso espiritual que le confiere la filosofía al individuo, se experimenta una expansión del yo donde la consciencia individual se torna consciencia cósmica. Los límites de la individualidad se desvanecen para que el ser humano integre su vida en y con el Todo.

El Cosmos y la Vida

Llegado a ese punto, su vida es comprendida en armonía con el Cosmos. Esa elevación de conciencia no puede sino engendrar en nosotros un estado de plenitud, alegría y placer espiritual. En relación al gran Cosmos, el individuo es insignificante. Sin embargo, el gran Cosmos nada sería si no fuera por él, el individuo, pues es quien lo nombra, lo estructura, lo significa y lo llama. Esa es la grandeza de lo pequeño, la importancia de lo insignificante.

Por haber logrado el acceso a la conciencia cósmica, la vida merece ser un gran pretexto para la alegría y el festejo, como pensaba Filón de Alejandría, pues para quien haya ingresado a las fuentes de la sabiduría el mundo resultará ser un espectáculo digno de ser contemplado, experimentado y conocido. Para el sabio, la vida es una gran fiesta.

¡A leer filosofía!

 

Bibliografía recomendada:
Pierre Hadot. (2006). Ejercicios espirituales y filosofía antigua. España: Siruela.

 

Por Juan Carlos Salomé.

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