La masacre de Virginia Tech. Una tragedia más que abre el debate sobre el control de las armas

Publicado por Vorágine en

La masacre de West Virginia

 

La mañana del 16 de abril de 2007 inició igual que cualquier otra en el Tecnológico de Virginia. Nadie podría haber imaginado que ese día tendría lugar la más mortífera masacre perpetrada por un solo hombre en la historia de los Estados Unidos.

Cho necesitaba suficiente poder de fuego para poder llevar a cabo su plan homicida. La elección fueron dos pistolas semiautomáticas de alto impacto y suficientes municiones para ir a cualquier campo de batalla, todo lo cual fue adquirido legalmente a pesar del historial psicológico de Cho que incluía una orden judicial de recibir tratamiento psiquiátrico, dos órdenes de restricción y múltiples diagnósticos de depresión, ansiedad y mutismo. Cho era una bomba de tiempo, detectada por varias autoridades e instituciones, pero ignorada por diversas razones, entre ellas, la imposibilidad legal de divulgar información personal.

Un estado mental completamente deteriorado fue el catalizador necesario para echar a andar la imaginación retorcida de Cho, quien desde niño fue extraño, silencioso y tímido, aun para su propia familia. Naturalmente, el colegio fue un lugar desagradable para un muchacho con esas características, quien a menudo sería blanco de burlas que lo conducirían a aislarse de sus compañeros; Cho crecería rencoroso de una sociedad en la que no encajaba y rechazaría todos los intentos de ayuda por parte de su familia, sus profesores y sus compañeros. Se encerraría a sí mismo en un mundo de odio y hedonismo, y en su mente enferma se visionaria a sí mismo como un mártir vengador, negando que él mismo, con su cobardía, era artífice de sus desgracias. La Universidad sacó lo peor de Cho; se negaba a responder a sus profesores, escribía poesía y ensayos plagados de violencia y acechó a dos compañeras que tuvieron que denunciarlo. Era un paria en el campus.

Cho deseaba escapar de su miseria, pero también deseaba que el mundo lo mirara; no se iba a ir sin hacer una rabieta infantil videograbada, seguida de su supuesta venganza contra la sociedad, asesinando a sangre fría a docenas de personas indefensas que jamás lo habían agraviado; la clásica actitud del cobarde que busca desquitarse con personas (o criaturas) que no lo merecen y que se encuentran en desventaja.

Poco antes de las siete de la mañana Cho accedió al edificio West Ambler Johnston y se introdujo en la habitación de Emily Hilscher, de 19 años, contra quien abrió fuego; al escuchar los disparos, Ryan Clark acudió a la habitación, y también fue atacado por Cho. Hilscher y Clark fallecieron por las heridas de bala y Cho escapó de vuelta a su dormitorio en el edificio Harper. Al tener conocimiento de estos hechos, las autoridades universitarias consideraron que se trataba de un incidente aislado y decidieron no emitir una alarma general que habría puesto a toda la Universidad en estado de alerta. Fue un error gravísimo.

Tras comprobar que el ambiente se mantenía en calma, Cho ejecutó el segundo paso de su plan. Se dirigió con toda tranquilidad al servicio postal y envió un paquete a la cadena noticiosa NBC, el cual contenía manifiestos y videograbaciones que Cho había hecho de sí mismo, creyendo que sería su legado perfecto para el mundo, que lo engrandecería como un héroe; en realidad, lo que el mundo pudo apreciar fue su desconexión con la realidad y su limitación como ser humano.

Memorial para las víctimas

Cho meditó brevemente y se dio cuenta que no había marcha atrás para él, por lo que decidió darle rienda suelta a sus más enfermas fantasías. Alrededor de las nueve horas se dirigió al edificio Norris, encadenó las tres entradas principales, y abrió fuego indiscriminadamente contra estudiantes y profesores que se encontraban en clase. Durante los infernales minutos que duró el ataque, Cho asesinó a treinta y dos personas, casi todos con disparos en el rostro y la cabeza. La mayoría murieron a sangre fría, pero algunos murieron salvando la vida de otros. Ellos si se fueron como héroes.

La policía se presentó a atender la emergencia y al escucharlos, Cho supo que todo se había acabado. Acorde a su personalidad, Cho cometió suicidio en el salón 211, disparando sobre sí mismo. Había dejado de existir uno de los peores ejemplares en la historia de la raza humana.

No parece casualidad que haya tantos episodios de esta naturaleza en Estados Unidos y que vayan en incremento; su sociedad parece tener un efecto enloquecedor en algunos individuos.

 

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