La filosofía epicúrea: el placer de existir

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¿Qué es la filosofía según Epicuro?

Según Epicuro la filosofía es una actividad mediante la cual se busca la salud del alma, por ella, el joven y el viejo se vuelven sus propios médicos, se ponen en sus propias manos para curarse. La cura (la actividad filosófica) consiste en liberarse de las fuentes del sufrimiento, la preocupación, el temor y el deseo que no merece ser deseado, y recuperar, por fin, la alegría por el simple hecho de existir.

Al ser presa del sufrimiento, la persona se encuentra privada del único y auténtico placer, el placer de ser. La tarea de la filosofía es, por tanto, devolverle al ser humano su salud y liberarlo de la enfermedad: reivindicar simple y sencillamente aquella alegría por vivir y alejar de él todo aquello que le impide este supremo disfrute.

¿Cómo nos curamos?

Para la restauración de la salud del alma son necesarios algunos ejercicios espirituales que Epicuro recomienda meditar día y noche, en soledad o en compañía de un amigo, y practicarlos creando así una especie de hábito que nos posibilite una existencia armoniosa, gozosa y libre.

Antídotos, medicina para el alma

Observa la naturaleza

Usualmente, en especial si tenemos alguna fe religiosa, solemos preguntarnos qué pasará después de la muerte, si seremos castigados o recompensados por nuestras acciones realizadas aquí en la tierra y si esto nos condicionará a reencarnar en una especie de ser vivo inferior pagando con ello nuestras faltas. Son cuestiones que constantemente atormentan a cualquier hombre en algún momento de su vida y son ellas las que lo mantienen preso del temor privándole así del disfrute del momento presente.

La física epicúrea busca la liberación del temor demostrando que los dioses no tienen el menor efecto sobre la marcha del mundo y que la muerte no forma parte de la vida, pues cuando uno está, la muerte está ausente, y cuando la muerte pasa, nosotros ya no estamos.

El estudio de la naturaleza tiene como propósito apaciguar nuestras inquietudes con respecto a lo que pasa en los cielos y a lo que excede los límites de nuestra existencia. A continuación dos ejercicios espirituales que recomienda Epicuro y que demuestran la utilidad de la física:

  1. Pensar que el fin del conocimiento de los cuerpos celestes, explicados bien en conexión con otros cuerpos o bien en sí mismos, no es ningún otro sino la imperturbabilidad y una seguridad firme, justamente como es el fin del conocimiento relativo a las demás cosas.
  2. Atención al estudio de la física, considerando que es ésta la que procura mayor serenidad en la vida.

Miren cómo los ven esos niñitos por no llevar una vida filosófica.

Del estudio de la física se desprende un placer espiritual, la contemplación del mundo físico, al contrario de aquella otra actividad que lejos de procurar claridad y satisfacción procura confusión y sufrimiento al postular un mundo en el más allá, en los cielos, y un infierno más acá, en la tierra que, gracias a esas confusiones y miedos que se han provocado con estas ficciones, han hecho de ella un verdadero mundo de suplicios, tinieblas y lágrimas para la humanidad.

Contemplación del mundo, de la naturaleza, mantener los pies pegados a la tierra, ese es el propósito y la recomendación de la filosofía de Epicuro. Baste con leer las palabras de su discípulo Lucrecio a este respecto:

Las murallas del mundo se abren y se desploman, contemplo en el vacío del universo el nacimiento de las cosas... Ante semejante espectáculo, un divino goce y un estremecimiento sagrado se apoderan de mí, considerando estos grandes objetos que tu poder (es decir, el de Epicuro) hizo patentes al descorrer el velo con que la naturaleza los cubría.

Encontrar regocijo en lo que el mundo ofrece como espectáculo, contemplar la vida y los astros en el cielo, elevación de la sensibilidad, sublimación del oído, de la vista, del tacto, todo ello con el fin de contribuir a que este mundo y la experiencia que obtenemos de él sean de primera categoría, que la existencia sea un regalo, un fruto para gozar.

Economía del deseo o cómo ser rico sin serlo

Gran parte de nuestras acciones, si no es que en todas, están motivadas por el deseo. Cuando no hay una fuerza que articule, limite o estructure al deseo, éste se vuelve soberano, autónomo, insaciable. Sería un juego de nunca acabar, pues el deseo a rienda suelta solo sería su propio objeto, su propio deseo. El deseo por eso es insaciable, antes que él acabe consigo mismo, lo cual es nada probable, acabaría con nosotros. De aquí la importancia de darle una estructura, modalidades y límites a partir de los cuales resulte amigable, digno de saciar, de ser tolerado o evitado.

De los deseos Epicuro dice que unos son naturales y necesarios y otros naturales y no necesarios, y otros ni naturales ni necesarios.  La satisfacción de los primeros, la renuncia a los últimos y, eventualmente, a los segundos, garantizarían la ausencia de confusión y de insatisfacción en nosotros. No tener hambre, no tener sed, no tener frío. Quien consiga eso, dice Epicuro, y confié que lo obtendrá puede llamarse un hombre feliz.

Elegir lo esencial por encima de lo suntuoso. Procurarse lo necesario es más que suficiente para una vida tranquila, el vaso de agua es preferible a la copa de vino más cara, la ropa remendada sigue siendo útil para su propósito que es cubrir el cuerpo del frío o del calor, la carne cocida al carbón apaciguará el apetito lo mismo que la carne cocida al horno en el mejor restaurante de la zona... Más adelante sabremos de Diógenes de Sinope, el filósofo perro, quien elegía procurarse el placer sexual por él mismo, o mejor, por su propia mano, a plena luz del día, a pagar por la entrada a un burdel y acostarse con una prostituta.

Así pues, digamos con Epicuro: gracias a la bienaventurada Naturaleza que ha hecho que las cosas necesarias resulten fáciles de obtener y que las cosas difíciles de alcanzar no resulten necesarias.

Un pesimismo optimista: el placer de existir

Solo nacemos una vez, pues dos veces no nos ha sido permitido; hay que hacerse a la idea de que dejaremos de existir, y eso por toda la eternidad; pero tú, que no eres dueño del mañana, todavía confías al futuro tu alegría. De esta manera, entre tales esperas, la vida se consume en vano y acabamos muriendo abrumados por las preocupaciones.

Aunque el carácter general de la existencia sea azaroso y caótico, aunque nos entendamos como fruto de una fatalidad, el hecho es que existimos, y eso, aunque solo vinimos aquí una vez y por breve tiempo, es maravilloso. Entonces festejar la vida, el azar, la fatalidad, el accidente y la probabilidad, pues mañana no sabemos si estaremos para seguirlo haciendo.

Nuestra vida, aunque insignificante en relación al cosmos, es única e irreemplazable. Por ello, si nuestra vida posee un carácter absurdo, ya vimos en qué sentido lo tiene, ¿para qué embargarla o invertirla en cosas insignificantes? ¿Para qué preocuparse? ¿Para qué el recuerdo de los momentos tristes? ¿Para qué el resentimiento? Olvidar...olvidar. Relajarse, fijar nuestra mirada en los placeres, los presentes y los pasados, gozar en el recuerdo de lo gozado, un presente gozoso, buscar la tranquilidad y la serenidad, expresando con ello un profundo agradecimiento a la naturaleza y a la vida, pues por sí mismas son un constante motivo de placer y alegría.

La amistad: la duplicación del placer de existir

¡Pero el placer se puede multiplicar! Su intensidad se puede expandir, el camino que lleva a su satisfacción puede ser más corto. ¿A partir de qué? De la amistad. ¿A partir de quién? Del amigo. Pero esta amistad es posible solamente en el jardín, en los bosques, en los senderos que llevan a las aguas cristalinas y a los frutos silvestres, lejos de la ciudad, de las selvas de asfalto, lejos de las luces artificiales y lejos de las noches espectaculares. Se procura lo mejor de uno mismo al amigo, se le procura lo mejor de la naturaleza. En la relación epicúrea de amistad se goza y se hace gozar.

Quien busque la garantía de la satisfacción del placer necesitará de un compañero que entienda que la vida consigue su perfección sobre todo por la amistad. Pues Epicuro lo tenía claro, no se vive ni se filosofa plenamente si no es en compañía de un amigo. Buscar los placeres de la vida y facilitarlos al compañero, ejercitarse juntos en la distinción y selección de los deseos, trabajar juntos en calmar los temores injustificados y edificar una relación de apoyo mutuo que tenga como propósito eliminar todas las derivaciones de la negatividad: el sufrimiento, el dolor, la tristeza, la frustración.

La plenitud está dentro de nosotros mismos.

Bibliografía recomendada:

Carlos García Gual, et. al. (2013). Filosofía para la felicidad. Madrid: Errata Naturae.

José Vara. (2012). Epicuro, obras completas. Madrid: Cátedra.

Michel Onfray (2007). Las sabidurías de la antigüedad, contrahistoria de la filosofía, I. Barcelona: Anagrama.

Pierre Hadot (2006). Ejercicios espirituales y filosofía antigua. Madrid: Siruela.

Por Juan Carlos Salomé

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