La Academia platónica: Un camino hacia la vida intelectual y espiritual

Publicado por Vorágine en

Si la filosofía antigua posee una característica especial, por la cual podemos distinguirla de los periodos posteriores a ella, es aquella que hace de ella una forma, un modo o un estilo de vida. Tal carácter es herencia de Sócrates, aquel filósofo preocupado sobremanera por enlazar vida y discurso, acción y doctrina, cuerpo y pensamiento. La filosofía antigua, entonces, posee un carácter socrático: Platón, Aristóteles, Epicuro, Séneca, Diógenes, etcétera, propondrán no solo una doctrina filosófica, sino también un estilo de vida acompañado de ciertas prácticas o ejercicios que permitan llevar una vida auténtica, distinta, libre, sin doble, irreprochable, filosófica.

La vida platónica

Desde esta perspectiva nos gustaría abordar la filosofía que propone Platón y, junto a ello, la vida que se modela según esta filosofía: la vida platónica. Existe la creencia de que Platón haya formulado su doctrina a partir de un movimiento de síntesis entre las enseñanzas de Sócrates y de Pitágoras, de allí que el diálogo, el interés por los problemas prácticos de la existencia, la elevación del pensamiento y la idea de comunidad entre filósofos sean aspectos sobresalientes en cada una de sus obras. En función de estos aspectos es posible observar la configuración de la vida según la filosofía platónica: una vida consagrada a la conversación y a la vida en común destinada a la elevación de la parte superior del alma, del intelecto, de la razón. La vida platónica es, pues, un estilo de vida motivado por el intelecto y el progreso espiritual.

De la ciudad a la comunidad de amigos

Es cierto que Platón preserva en el seno de su filosofía el espíritu socrático según el cual la actividad filosófica tendría que estar arrojada, implicada de lleno, comprometida e inmersa, en la vida cotidiana, plantando cara a los problemas que de ella emergen, confrontando y examinando a las personas de la ciudad. No obstante, Platón modifica aquella intención socrática reduciendo el radio de alcance de la actividad filosófica: ya no se dialoga en las calles, en los mercados, en las plazas, sino en la escuela, en el gimnasio, en la academia. De la ciudad a la comunidad de amigos, tal es la transformación que hace Platón de la filosofía: reduce e institucionaliza el espíritu socrático de la filosofía.

Entre el cuerpo y la razón

La Academia, en efecto, fue una escuela filosófica fundada por Platón que se encontraba en los alrededores de Atenas, en las cercanías de un gimnasio, dejando entrever con ello una fuerte relación entre el entrenamiento físico y el espiritual. Es posible decir que para los griegos antiguos resultaba sumamente importante poseer una armonía entre lo corporal y lo intelectual; se iba al gimnasio a fortalecer y dar forma al cuerpo, pero también se acudía a la Academia para ejercitarse intelectualmente y así cultivar el espíritu.

Formarse en la Academia

En esta escuela el individuo se formaba en las ciencias matemáticas, especialmente en la geometría, destinadas a purificar la mente de las representaciones sensibles. Después, a la edad que va de los 30 a los 35 años, se le comenzaba a formar en la dialéctica, la técnica de la discusión que consistía en postular, defender y atacar una tesis. Como veremos, la formación en la dialéctica resultaba importante dado que la Academia de Platón tenía como propósito formar a hombres destinados a desempeñar un papel en la ciudad.

Los miembros de la Academia se dividían en profesores y discípulos. La tarea de los primeros era cultivar los espíritus de los segundos mediante la palabra, la conversación o el diálogo. Los profesores podían enseñar porque eran considerados espíritus fecundos, portadores de sabiduría y de palabra rica en simientes susceptible de ser transmitida y de fecundar el espíritu del oyente. Así como hay cuerpos fecundos, capaces de engendrar vida, existen también almas fecundas con el poder de eternizarse en obras o en ideas fruto de la inteligencia.

El educador siembra los espíritus mediante la comercialización de las ideas, inculcando en su discípulo el gusto por la sabiduría, por el diálogo, por la palabra viva y por la vida en común. En palabras de Séneca:

La viva voz y la convivencia te serán más útiles que la palabra escrita; es preciso que vengas a mi presencia: primero, porque los hombres se fían más de la vista que del oído; luego, porque el camino es largo a través de los preceptos, breve y eficaz a través de los ejemplos. Cleantes, el estoico, no hubiese imitado a Zenón si tan sólo le hubiese escuchado: participó en su vida, penetró en sus secretos, examinó si vivía según sus normas. Platón, Aristóteles y toda la pléyade de sabios que había de tomar rumbos opuestos, aprovecharon más de la conducta que de las enseñanzas de Sócrates; a Metrodoro, Hermarco y Polieno no les hizo hombres prestigiosos la escuela, sino la intimidad con Epicuro.

Asimismo, en la Academia existía un proyecto político que estaba en manos no del educador, sino del filósofo. En efecto, según Platón la tarea del filósofo consistía en transformar la realidad política mediante la educación de los seres humanos. Este era un movimiento de transformación que iba de abajo hacia arriba, de lo particular a lo colectivo, de lo individual a lo social. Solo mediante la enseñanza filosófica se pueden obtener individuos aptos para gobernar y participar en los asuntos de la ciudad. Por ello no es un hecho accidental que de la Academia salieran muchos alumnos a desempeñar un papel político en diferentes ciudades, fuese como consejeros de soberanos o como legisladores o como opositores a la tiranía.

La vida platónica y los ejercicios espirituales

Como se ha visto, es posible inferir que este estilo de vida filosófica se encuentra motivado por una preocupación en hacer progresos intelectuales y espirituales. Para lograr tal fin, Platón propone una serie de ejercicios espirituales:

  1. Hacer más caso a la virtud que al placer, renunciar a los placeres de los sentidos;
  2. Vivir cada día a fin de volverse lo más posible dueño de sí;
  3. Ejercitar la parte superior del alma, que no es más que el intelecto, de tal manera que se ponga en armonía con el universo y se asimile a la divinidad;
  4. Prepararse para el sueño: esforzarse por despertar la parte razonable del alma para evitar las pulsiones inconscientes que nos revelan los sueños;
  5. Conservar la tranquilidad en la desgracia sin rebelarse, pues no sirve de nada indignarse ya que ninguna cosa humana merece que se le atribuya demasiada importancia y que, como en el juego de dados, hay que tomar en cuenta las cosas tal cuales son y actuar en consecuencia;
  6. Ejercitarse en la muerte: el filósofo se dedica a desprender su alma de su cuerpo. Es necesario que el filósofo se purifique, es decir, que se esfuerce por concentrar y recoger el alma, liberarla de la dispersión y de la distracción que le impone el cuerpo;

Y 7. El diálogo, ejercicio espiritual por excelencia: por él la individualidad corporal deja de existir en el momento en que se exterioriza en el logos. La conversación exige de los interlocutores una ascesis, una transformación de ellos mismos. No se trata de una lucha entre dos individuos en la que el más hábil impondrá su punto de vista, sino de un esfuerzo hecho en común por dos interlocutores que quieren estar de acuerdo con las exigencias racionales del discurso sensato, del logos.

En esta perspectiva, el objeto de la discusión y el contenido doctrinal tienen una importancia secundaria. Lo que cuenta es la práctica del diálogo y la transformación que provoca.

Así pues, es posible concluir que la vida filosófica al estilo de la Academia de Platón es una vida que elige el camino intelectual y espiritual; tras elegir la comunidad y la conversación filosóficas se accede a un ambiente totalmente distinto al del mundo cotidiano: con la elección de vivir filosóficamente nuestra existencia se experimenta una transformación radical.

Orientarse a la vida intelectual y espiritual presupone un acto de conversión por el cual nuestra mirada cambia de lugar y ve hacia otra dirección: hacia lo más esencial en nosotros, hacia la virtud: la ciencia y la inteligencia.

Bibliografía recomendada:

Pierre Hadot, Qué es la filosofía Antigua, Fondo de cultura económica, México, 1998.

Por Juan Carlos Salomé

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