Aprender a vivir. La filosofía estoica

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De lo existente, unas cosas dependen de nosotros; otras no dependen de nosotros. De nosotros dependen el juicio, el impulso, el deseo, el rechazo y, en una palabra, cuanto es asunto nuestro. Y no dependen de nosotros el cuerpo, la hacienda, la reputación, los cargos y, en una palabra, cuanto no es asunto nuestro. Y lo que depende de nosotros es por naturaleza libre, no sometido a estorbos ni impedimentos; mientras que lo que no depende de nosotros es débil, esclavo, sometido a impedimentos, ajeno. Recuerda, por tanto, que si lo que por naturaleza es esclavo lo consideras libre y lo ajeno propio, sufrirás impedimentos, padecerás, te verás perturbado, harás reproches a los dioses y a los hombres, mientras que si consideras que sólo lo tuyo es tuyo y lo ajeno, como es en realidad, ajeno, nunca nadie te obligará, nadie te estorbará, no harás reproches a nadie, no irás con reclamaciones a nadie, no harás ni una sola cosa contra tu voluntad, no tendrás enemigo, nadie te perjudicará ni nada perjudicial te sucederá.  Epicteto, Manual, I.

¿Por qué sufrimos?

Según todas las escuelas filosóficas de la antigüedad, la causa de nuestro sufrimiento como seres humanos provenía de la exageración de nuestros deseos y de nuestros temores: el anhelo por un estilo de vida que supera nuestro rendimiento económico o la fuerte preocupación de ser presa de una grave enfermedad a pesar de nuestros cuidados constantes en higiene personal, por ejemplo.

Situaciones que van más allá de lo que en realidad podemos hacer, que se nos escapan de las manos y que, por tanto, nos resultan ajenas pero que confundimos como propias, como asunto nuestro: de repente la frustración se apodera de nosotros por no alcanzar la imagen idealizada de nosotros mismos basada en modelos propuestos por la moda o el mercado; de pronto nos sentimos culpables por la muerte de un amigo, de un hermano o de un padre, pensando que en nosotros estaba el poder de cambiar el destino de aquel ser que está ya ausente.

Debido a estas preocupaciones, que en realidad no son más que el fruto de un mal discernimiento de entre lo que depende y lo que no depende de nosotros, nuestra vida se diluye en sufrimientos constantes, lo que le ha pasado a uno se vuelve una carga para nosotros, nuestros pesares se multiplican, nuestro tiempo ya no nos pertenece, se agota en el recuerdo de lo que ya ha sido y que no pudo haber sido de otra manera, entonces nos volvemos esclavos del pasado, de lo que ya ha sido y no podemos modificar, confundimos lo ajeno como lo propio.

Pues bien, la filosofía antigua, como ya podemos darnos una idea con las palabras de Epicteto citadas arriba, disponía de ciertos medios cuya finalidad era aliviar las preocupaciones y sufrimientos del hombre debidos a una incorrecta visión del mundo: en este caso no saber distinguir entre lo que está en nuestras manos y lo que escapa a ellas.

La filosofía estoica

Cada escuela disponía de sus medios específicos para este propósito, pero en esta sección hablaremos especialmente de una: la filosofía estoica.

Para los estoicos la filosofía tenía como propósito esculpir la vida del hombre, configurar su naturaleza a partir de un determinado estilo de vida que pudiera sacarlo de un estado inauténtico y llevarle a un estado auténtico. Para tal fin, los estoicos tenían en sus manos un instrumental filosófico que ofrecían al individuo la posibilidad de transformación y elevación de su ser.

Este instrumental consistía en ciertas reglas, principios o máximas por las cuales el individuo podía guiarse en la vida, y un determinado número de ejercicios mentales y prácticos para el cultivo y la asimilación de dichas reglas propuestas para su vida diaria.

¿Cómo le hago?

En este caso, quedémonos con la sentencia de Epicteto citada arriba y elevémosla a regla vital y tratemos de asimilarla a nuestras vidas a partir de los ejercicios intelectuales y prácticos que nos ofrecen los estoicos.

Ejercicios intelectuales:

  • La atención (prosoche): Se trata de una vigilancia del espíritu por la cual uno puede saber cómo obra en cada instante. El propósito es obrar correctamente.
  • La meditación (meletai): Facilita estar preparado para los problemas propios de la existencia (por ejemplo la pobreza, el sufrimiento, la muerte).
  • La rememoración de cuanto es beneficioso: Por la mañana habrán de examinarse, previamente, las actividades que se realizarán a lo largo de la jornada, estableciéndose los principios que las gobernarán e inspirarán. Por la tarde serán analizadas de nuevo para rendir cuenta de las faltas o los progresos producidos. También los sueños deben someterse a reconocimiento.
  • La lectura, la escucha (akroasis), el estudio (zetesis) y el examen en profundidad (skepsis): las reglas vital o filosófica debe ser no solo leída o escuchada, sino también estudiada y examinada en profundidad pues es esta la manera de poner en práctica la máxima.

Ejercicios prácticos:

  • Dominio de uno mismo (enkrateia) y la indiferencia ante las cosas indiferentes: Filosofar consiste en vivir consciente y libremente. Es decir, conscientemente, pues son superados los límites de la individualidad para reconocerse parte de un cosmos animado por la razón; y libremente, al renunciar a desear aquello que no depende de nosotros y que se nos escapa, no ocupándonos más que de lo que depende de nosotros: una rectitud de acción en conformidad con la razón.

Conclusión

La filosofía antigua está fuertemente preocupada porque la palabra tenga un efecto práctico más que teórico, este efecto posee cualidades terapéuticas para que el individuo, motivado por un deseo de perfeccionar y liberar su vida de aquello que lo mantiene cautivo en el mundo (deseos desmedidos, placeres costosos, tormentos del alma o de la conciencia),  haga de su vida una existencia auténtica, resplandeciente y vital, justificada más por los actos que por el derroche despreocupado de la palabra que, en la mayoría de los casos, suele estar desprovista de vida, de emoción, energía y rectitud.

Una vida atenta, predispuesta al azar de los acontecimientos tanto positivos como negativos, en profundo examen con uno mismo y con las acciones a realizar durante el día, la rememoración del principio vital que rige nuestro comportamiento en cada momento, el dominio de nuestros anhelos y miedos y una gran capacidad para hacer la distinción entre lo propio y lo ajeno, de lo que nos corresponde y lo que no, son rasgos de una existencia libre, singular, consciente y dueña de sí misma.

Recomendaciones bibliográficas: Epicteto (1995). Manual. Madrid: Gredos.

Hadot, P. (2006). Ejercicios espirituales y filosofía antigua. España: Siruela.

 

Por Juan Carlos Salomé

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