Aprender a morir. O cómo ser uno con lo Uno

Publicado por Vorágine en

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Si para la filosofía antigua aprender a vivir era un tema importante, de igual modo la muerte resultaba ser un objeto digno de su atención. Había que aprender a morir, a ejercitarse en la muerte. Pero, en verdad, ¿qué querían decir los filósofos antiguos con aquello de que la filosofía es una preparación para la muerte?

La muerte: epicúreos y estoicos

Pues bien, existen varios puntos de vista al respecto y es preciso hablar de ellos. Por ejemplo, para los epicúreos el pensamiento de la muerte resultaba importante porque a través de él el individuo tomaba consciencia de su finitud, del carácter breve y frágil de su vida, y aprendía a valorar infinitamente cada instante.

“Claro que cada día es para ti el último: habrás de recibir entonces con gratitud cada hora que te sea concedida inesperadamente”, decía Horacio.

Por otra parte, los filósofos estoicos creían que la muerte enseñaba al individuo a ser libre y que por ello la vida acrecentaba su valor. En efecto, Séneca consideraba que quien aprendía a morir, se olvidaba de ser esclavo; se colocaba por encima o al menos, fuera de toda sujeción. Pues una sola es la cadena, creía, que nos mantiene sujetos: el amor a la vida; este sentimiento, aunque no lo debemos de rechazar, hay que tratar de reducirlo de tal manera que, si alguna vez las circunstancias lo requieren, nada nos detenga ni nos impida que estemos preparados a realizar al instante lo que algún día es preciso que realicemos, morir.

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Mientras que Epícteto como Marco Aurelio aconsejaban al individuo llevar a todas partes el pensamiento de la muerte con el fin de que cada momento de la vida fuera vivido como si fuera el primero y el último:

Actúa, habla y piensa siempre como alguien que en cualquier momento puede ser privado de la vida, escribía Marco Aurelio.

El platonismo y la muerte

Sin embargo, fue Platón y la tradición platónica quienes se expresaron de la muerte de una forma muy particular. En términos generales, la muerte puede ser entendida de tres modos posibles: como la separación espiritual del alma y del cuerpo, de tal forma que el alma quedase liberada de las pasiones ligadas a los sentidos corporales; como ejercicio espiritual consistente en suspender la individualidad con el propósito de contemplar las cosas desde la perspectiva de la universalidad a partir de la concentración, la meditación y el diálogo interior; y finalmente, como cambio de la perspectiva, como conversión, en la que está implicada la totalidad de nuestro ser.

Como el ojo no puede girarse hacia la luz, comentaba Platón, y abandonar las tinieblas si no gira todo el cuerpo, del mismo modo hay que hacer con el alma, hasta que sea capaz de soportar la contemplación de lo que es la verdad. La educación, concluye, sería el arte de girar este ojo del alma.

La filosofía: el medio para acceder a lo Uno

Ahora bien, en el caso concreto de la filosofía de Platón, la muerte aparece como ejercicio espiritual en el que el cuerpo se somete a las exigencias superiores del pensamiento. La obra platónica en donde podemos encontrar esta concepción de la muerte es en el diálogo del “Fedón”. En él se comenta que el alma, preocupada y deseosa por la verdad, tiene que liberarse del cuerpo, de sus cuidados y de sus placeres, pues es por él por quien se vuelve imposible el acceso a la verdad.

De manera que quien pretenda hacer filosofía, escribe Platón, debe hacerse cargo, primero, de su alma, exhortándola suavemente e intentando liberarla del cuerpo y persuadiéndola a concentrarse en sí misma.

Desde esta perspectiva, los asuntos relacionados al cuerpo: la enfermedad, la alimentación, los deseos, las riquezas, etcétera, parecen de escasa importancia. Ningún asunto humano sería digno de sembrar en nosotros gran inquietud. La muerte, por tanto, no es algo temible. La tarea especulativa y contemplativa del filósofo se torna de este modo ejercicio espiritual, en la medida en que, elevando el pensamiento a la perspectiva del Todo, lo libera de las ilusiones de la individualidad.

La naturaleza y el desprendimiento del Yo

Aquí el conocimiento es ejercicio espiritual. A él habrá de recurrirse si se quiere conocer no solo el alma, sino el Intelecto y, en especial, ese Uno que es principio de todas las cosas, pero con una condición: destruir por completo la individualidad. La física, la contemplación del universo y de la naturaleza, se convierte en un ejercicio espiritual. Tres son las cosas que ofrece al alma del individuo: libertad, goce y serenidad.

Ciertamente, Aristóteles decía que la naturaleza reserva a quien estudia sus producciones maravillosos motivos de goce.

Por su parte, Epícteto el estoico creía que el sentido de nuestra existencia reside en esta contemplación: hemos sido traídos al mundo para contemplar la obra divina y uno no puede morir sin antes haber visto esas maravillas y haber vivido en armonía con la naturaleza.

El filósofo Filón opinaba que quien practica la sabiduría está en excelente disposición para contemplar la naturaleza y todo cuanto ella contiene; y si bien a causa del cuerpo el individuo está atado a la tierra, éste tendría que dotar de alas a su alma a fin de avanzar entre el éter y contemplar las potencias que allá habitan, como conviene a verdaderos ciudadanos del mundo: su vida entera es una verdadera fiesta. Y una fiesta espléndida, continúa Plutarco. El mundo es el más sagrado y divino de todos los templos. El individuo ha sido introducido en él para ser espectador del sol, la luna, las estrellas, los ríos cuyas aguas fluyen y que hacen crecer el alimento de plantas y animales. Una existencia de este tipo debe rebosar serenidad y alegría.

En segundo lugar, la física como ejercicio espiritual puede ayudar a entender los asuntos humanos: el temor, la tristeza, la enfermedad, la pobreza, etcétera, como cosas sin apenas importancia. Marco Aurelio recomendaba “contemplar desde las alturas”; Séneca invitaba a “vagabundear entre los astros”, posición elevada que hacía de las cosas de aquí abajo objetos insignificantes, de poco valor. Viendo la tierra desde lo alto, un alma podría preguntar: ¿es ése el lugar por el que tantos pueblos se enfrentan con el hierro y el fuego? ¡Cuán risibles son esas fronteras que los hombres levantan entre ellos!

Y, por último, al ejercitarse en la física el individuo experimenta una elevación de su pensamiento a un plano universal. Evidentemente, sobre este nivel puede decirse que uno muere a su individualidad para acceder a la vez tanto a la interioridad de la consciencia como a la universalidad del pensamiento del Todo. Un inmenso campo libre se abrirá ante ti, escribe Marco Aurelio, puesto que con el pensamiento puedes abrazar la totalidad del universo, puedes recorrer la eternidad del tiempo.

La filosofía como ejercicio para muerte

En conclusión, tres son las etapas de ese progreso por las cuales sería preciso ejercitarse, bajo el supuesto de que haya en nosotros ese afán de experimentar una metamorfosis de nuestro yo, Plotino las estructura así:

  1. Purificación del alma por desapego del cuerpo
  2. Conocimiento y superación del mundo sensible
  3. Conversión hacia el intelecto y hacia el Uno.

La noción de la filosofía como preparación para la muerte guarda tras de sí un significado sumamente profundo. De ella se ocuparon los filósofos antiguos y cada escuela se interesaba por ofrecer principios o máximas a partir de los cuales sus oyentes, discípulos, amigos o lectores, pudieran apaciguar sus inquietudes derivadas de este aspecto auténticamente vital.

Hay que aprender a vivir, pero también a saber morir. Una vez más, es posible notar que la filosofía antigua era una filosofía ininterrumpida, pues vemos que en ella existe una notable preocupación por atender los problemas inmediatos de la existencia. Es una filosofía sin interrupción; es decir, en ella un filósofo no dejaba de serlo al término de una jornada laboral, no dejaba de serlo al finalizar una clase o una discusión teórica, tampoco dejaba de serlo al salir del colegio, sino que, muy al contrario, se era filósofo de tiempo completo, se hablaba, se comía, se deseaba, se hacía amigos, se vivía y se moría filosóficamente.

 

Bibliografía recomendada:
Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, España, Siruela, 2006.
Platón, Fedón, Gredos, Madrid, 2008.
Marco Aurelio, Meditaciones, Gredos, Madrid, 2014.
Séneca, Epístolas morales a Lucilio, Gredos, Madrid, 1986.

 

Por Juan Carlos Salomé


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