La Invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. No es una imprecisión calificarla de perfecta
La invención de Morel
Adolfo Bioy Casares (1940)
Imagina que estás huyendo, desesperado; alguien menciona una isla a la que nadie se atreve a ir y donde las posibilidades de que te encuentren son remotas, peeero…, sí, siempre hay uno de estos, este paraje es acechado por una extraña enfermedad parecida a la lepra. ¿Te arriesgarías a ir? Nuestro protagonista lo hizo.
Esta narración fantástica está escrita a modo de diario, en cuyas páginas el fugitivo relata sus peripecias en la isla donde se autoexilia, pero conforme avanzan los días algo extraño sucede: la aparición de unos bañistas irrumpe su tranquilidad, invaden la construcción donde se resguardaba hasta antes de su llegada y el temor a ser descubierto y entregado a las autoridades le atenaza en cada encuentro con estos extranjeros. Sin embargo, el habitante desterrado pronto descubre que sus vecinos incómodos no son lo que aparentan.
Entre los intrusos se encuentra Faustine, una mujer de piel dorada y cabellera oscura que cautiva a nuestro convicto, de quien no sabemos nada más que es escritor y su patria es Venezuela. El protagonista se enamora perdidamente de Faustine y en sus intentos por acercarse a ella descubre a Morel y comienza a entender de qué va el invento de este hombre y cómo es que influye en la vida de sus acompañantes y en la del propio convicto.
La novela está dedicada a otro gran escritor argentino, Borges, compatriota del autor, a quien tenemos presente en cada línea que entreteje esta historia de tintes surrealistas que nos transporta a otra dimensión.
Con gran pericia el autor va desvelando poco a poco el entramado de imágenes y muros que agobian a los personajes por lo que te será difícil desprenderte de este libro increíble.
Por Patricia Munguía Correa, ¡síguela en twitter!
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