Emilia Pérez (2024). Entre el mal gusto y la transfobia

Las personas que preguntaron mi opinión de Emilia Pérez (2024) esperaban que la defendiera (con mi usual postura de contreras), pero para su sorpresa mi respuesta fue que es una película mediocre, de mal gusto y explotadora. Afortunadamente estuvimos de acuerdo, aunque les parecía sospechosa la falta de odio e indignación en mi tono de voz ante la ofensa que era esta aberración cinematográfica. Pero lo que me pareció sospechoso a mí, fue que todos lo que me preguntaron y compartían mi desprecio por la película, confesaban sin pena alguna no haberla visto y no tener intensión de hacerlo.

Transgresión
La controvertida película dirigida por el francés Jacques Audiard es un musical que narra la odisea de una abogada que se ve obligada a ayudar al líder de un cártel mexicano a transicional de hombre a mujer. El argumento es inmediatamente transgresor y un tanto intrigante por la audacia en su concepto del poner al hombre más macho que podamos imaginar, por ejemplo, Pablo Escobar, Donald Trump o Sylvester Stallone, deseando secretamente ser mujer.
Sin embargo, la poca buena voluntad que pudiera comprar esta premisa se va por la borda ante la total disonancia de tener esta historia planteada en el marco de un sangriento, doloroso y vigente conflicto que ha flagelado por décadas al pueblo mexicano y hacerlo un musical, que es por momentos mágico y hasta divertido.

Esto deja evidenciada la sordera, insensibilidad y lejanía de un grupo de artistas, mayormente extranjeros, que crearon una caricatura de la cultura mexicana que raya en la parodia.
Otro problema es la inconsistencia en el hilo narrativo, que al principio parece ser la violencia, los feminicidios y el narcotráfico, para después pasar a ser un drama familiar con un triángulo amoroso sobre el apego de una mujer trans a sus hijos, entremezclado con momentos en los que resurge su antiguo y violento ser. De nuevo, un planteo intrigante que nos brinda algunas escenas genuinamente conmovedoras, pero que se derrumba por la explotación de un momento histórico que, de nuevo, continua muy vigente.

Por regla general hay que esperar a que el momento histórico te permita explorarlo artísticamente por medios menos convencionales, pues de lo contrario se cae en el riesgo de banalizar el dolor de las personas y peor aun cuando lo haces desde el pedestal del privilegio en el cual se encuentran los creadores de Emilia Pérez. Es una cuestión de sentido común.
La controversia
La generalidad del público mexicano se sintió ofendido por el insensato retrato que de nuestro país hizo Emilia Pérez para ser visto por el mundo entero. Porque esta película es una producción internacional de gran alcance que inmediatamente se volvió objeto de premios y reconocimientos en los circuitos cine más importantes del mundo. Sin lugar a dudas, se convirtió en esa mirada colonialista y morbosa de los mal llamados países del primer mundo hacia una cultura que perciben como exótica y quieren explorar como si se tratara de un safari.

Y es en este escenario que emergieron una jauría de figuras públicas, influencers, youtubers y demás fauna digital a fomentar una controversia cuyo fuego iba a alimentar por unos días la maquinaria de los medios de comunicación, con las consecuentes ganancias en publicidad.
Así es amigos, una parte del hate contra Emilia Pérez fue una cuestión de monetizar la indignación de un país que se sintió agraviado con justeza ante una película que rayaba en una burla, pero en la que muchos de los personajes públicos que se desgarraron las vestiduras por sensacionalismo.

Odio transfóbico
Vale la pena hacer una acotación importante. Si bien, hay motivos legítimos parar el encono y el reclamo de todos nosotros como mexicanos, el fenómeno mediático de Emilia Pérez se convirtió en terreno fértil para un comportamiento que es más pernicioso y perverso que una película de mal gusto. El odio discriminador.
El discurso en línea en torno muy pronto tomó un tono abiertamente transfóbico y misógino, concentrado en la figura de Carla Sofía Gazcón, actriz que interpreta al personaje homónimo de la película, quien se convirtió en el foco de los ataques violentos de muchas personas.

En este escenario decir cualquier cosa positiva de la película era contestado con agresiones, insultos o memes de niño de primaria. En pocas palabras, era políticamente incorrecto no odiar violentamente Emilia Pérez.
Este comportamiento no se puede consecuentar, máxime que nos encontramos ante un preocupante resurgimiento de los movimientos fascistas alrededor del mundo, los cuales pueden tener consecuencias absolutamente nefastas si se les da rienda suelta.

Vouyerismo de clase
La controversia alrededor de Emilia Pérez se irá diluyendo con el tiempo, enterrada bajo las futuras indignaciones de un ambiente digital basado en la construcción de escándalos artificiales en el que nos encontramos.
Como comentario final, recodemos otra película producida desde el extranjero y que fue una mirada de vouyerista fascinación para las rancias élites internacionales, Roma (2018), de Alfonso Cuarón, que de hecho retrata a México con sensibilidad, cariño, honestidad y respeto. Y que tampoco nos gustó, así que…

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